martes, 8 de junio de 2010

Oeste al vapor - Capítulo 1

El gatillero estaba parado en la en la azotea, justo en la esquina sureste del edificio. Fumaba. Con aspiradas profundas, como de semiahogado al romper la superficie del agua.
     La monotonía lo estaba matando. Eso y la visión del dirigible, pazguato como larva gorda en medio de un apestoso cadáver, en medio de ese cielo lleno de volutas aceitosas salidas de calderas y chimeneas que vomitaban gases industriales.
     --Púdrete --le dijo y con la mano simuló un revólver... y disparó. Las llamas titilaron, luego se transformaron en lenguas furiosas que parecían salir del vientre mismo de aquel fuselaje plateado.
     Era como observar una cometa arder, caer a fragmentos sobre un hormiguero. Eso parecían allá abajo los malditos ciudadanos en la calle, malditas hormigas histéricas y apresuradas por llegar a ninguna parte, o a una que no estuviera incendiada.
     Nico Aguilar sonrió con sorna. Por una cosa de nada, por un maldito juego, acababa de perder veinte de los grandes. Veinte verdes y jugosos dólares de la reconquista. Allá abajo, entre ropas ardientes, se estaba retorciendo la presa que durante quince días siguiera a través de dos condados.
     --Idiota, eres un maldito idiota --dijo, para sí, pero a voz de grito.
     Esa era una de las peores manías de los cazarrecompenzas, tanto tiempo solo te hace las peores jugadas mentales. En serio, las peores.
     --Mierda. Si vuelve a resultar, juro que lo patento --tiró del invisible gatillo y de inmediato el golpe del viento, del calor le aseguró su extraño triunfo. Otro dirigible empezaba a arder, más allá, en el cielo--. Nadie te lo va a creer --se recordó y abordó el montacargas que lo llevara hasta allí.
     --¿Va a haber bono, jefe? --preguntó el limpiaventanas.
     --Vas a seguir vivo --dijo Nico y se guardó las manos en la trinchera.
     Si al menos la lluvia parara. Si Texas no tuviera que parecer una maldita vaporera, todo iría mejor.
     --¿Usted cree en eso de los espías de Santa Anna? A mí se me hacen pura tontería inventada por los idiotas resentidos de Utah...
     Nico bajó la mirada, la afiló, luego, incontenible enfocó las pupilas del limpiaventanas.
     --Larga vida a Santa Anna, estúpido payo --y jaló el falso gatillo de su mano derecha.
     El hombre se derrumbó de la plataforma, sus cabellos eran puras llamas, verdes y muy apestosas.
     --Ah, chispiajos. De veras tengo que patentar este cachivache.
     La punta de su índice brillaba como si fuera de metal, bajo los reflejos del sol.


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