viernes, 25 de junio de 2010

Oeste Al vapor - Capítulo 3

El sonido del agua raspando la panza de la lancha. El aroma a miados de zorrillo, desprendiéndose de aquel cuerpo que parecía de hombre pero tenía también rasgos de mujer.
     Nico Aguilar se mesó el bigote  y apretó el acelerador. Nada ahí funcionaba según lo esperado. Todo se estaba rompiendo, se caía a pedazos como los malditos zepelines. Como su maldito dedo.
     Sí, maldito, estúpido índice. Dos días antes habría hecho la diferencia entera, lo hubiera ayudado a preservar el número de efectivos de la resistencia activa de frontera. Un fuerte completo, uno cuyo nombre ni siquiera lograra mirar, se había perdido al borde mismo del cañón del colorado. Con ellos también desapareció gran parte de los vestigios de aquellas viejas culturas indias de las que muy poco quedaba atrás.
     Todo parecía estar llegando retrasado. Desfasado e inidentificable. Todo, hasta su plan.
     A ciencia cierta ahora ya ni siquiera tenía plan.
     Como un maldito buitre, como un violador, había despojado a su víctima de cada una de las prendas hasta dejarla más desnuda que a la mismísima madre Eva... y... Y ahora no sabía qué plan seguir.
     Nada estaba a la altura. Ni siquiera en el mapa, pues.
     Y su instinto sólo se empeñaba en gritarle: quédate con ella. Sólo yace con ella.
     Lo llamaban forajido, en cada estación, cada comisaría cercana a la frontera. Lo llamaban bandolero en Texas, en Colorado, en Sonora y hasta la misma capital.
     Y puedes soportarlo todo, cuando tu enemigo es bien visible. Cuando no hay dobleces...
     Pero cuando descubres que tu venganza ha de ser aplicada sobre una mujer, todo se va al carajo. O casi todo.
     Extrajo de su mochila los sarapes y la cuerda de lazar y con ellas confeccionó un taco femenino. Una adecuada cárcel blanda para esa dama que ya empezaba a despertar.
     Puso en sobremarcha su máquina de vapor y enfiló la proa hacia el mar. Hacia el carguero que, ahora entendía, no dejaba de ser el blanco secundario.
     A su sombra, quizá, su desnuda rehén se atreviera a vertir parte de la realidad.